⇒ Relatos de Opinión: Artículo de Carlos Martinez Carbonell
Relatos Valencia CF del otro centenario, el de la afición
Relato continuación de la parte 1º «El desastre de KARLSRUHE»
Tras 24 horas de viaje por autopistas españolas, francesas y alemanas, llegamos a la ciudad de Karlsruhe, cuya bandera es prácticamente igual que la española. Con el cansancio lógico por las dificultades de conciliar el sueño en el autobús, pero cargados de ilusión y energía. Con similar expectativa a la de la primera vez que me llevó mi padre al Luis Casanova (tras las Fallas de 1982, en un 3 a 0 al Barcelona con goles de Botubot, Arnesen y Subirats) o la de mi primer partido fuera de casa (el día de San Vicente Ferrer de 1984 en la vieja Condomina de Murcia, con empate a 3 y goles de Kempes, García Pitarch y Tendillo). Era mi bautismo internacional siguiendo a mi equipo. Y también el de mis amigos Chimo y Miguel. Asimismo, era la primera vez que la Peña Lubos, como tal, viajaba por Europa tras varios desplazamientos nacionales al Bernabéu, Vallecas, la Romareda, Castalia o Lleida, y nosotros tres éramos los encargados de portar la pancarta de la Peña y teníamos la importante misión de ponerla en un lugar del estadio bien visible para los telespectadores para que los demás miembros de la Peña nos vieran desde sus casas. Y en nuestras caras se reflejaba esa mezcla de sentimientos, de alegría, de ilusión, de respeto, de temor. Esa primera vez que siempre queda en el recuerdo.
Lo primero que debíamos hacer en la ciudad alemana era recoger las entradas para el partido en el hotel en el que se hospedaba la expedición oficial. Habíamos hablado con don Vicente Fayos, por entonces Presidente de la Agrupación de Peñas Valencianistas, que debíamos acudir a las 10 de la mañana al hotel, pero como llegamos a Karlsruhe muy temprano por la mañana, alrededor de las 7, tuvimos que amenizar la espera tomando un café que nos permitiera despejarnos y entrar en calor, pues a esas horas y en esa época del año ya se notan las bajas temperaturas.
A la hora acordada nos presentamos en el hotel de concentración y allí nos recibió el mismísimo don Arturo Tuzón, que en paz descanse, al que había tenido la suerte de conocer en su día con motivo de la fundación de la Peña y con el que había coincidido posteriormente en varios actos. Tanto es así que no sólo se limitó a entregarnos las entradas, sino que además tuvo el detalle de agradecernos el esfuerzo realizado para animar al Valencia y de entablar con nosotros una amena conversación acerca del viaje y de la situación del equipo. Nos deseamos buena suerte para el partido y un buen viaje de vuelta a Valencia. Una vez más, los sentimientos afloraban. El propio Presidente del Valencia nos había recibido en el hotel del equipo y se había mostrado muy cercano a nosotros.
Una vez recogidas las entradas, decidimos ir caminando hasta el estadio para conocer su distancia desde el centro de la ciudad y ubicarnos en la misma. No es una ciudad muy grande, por lo que, tras apenas media hora de paseo por una avenida muy arbolada que en esa época ya estaba llena de las hojas caídas de los árboles, divisamos el estadio. Y así transcurrieron las horas previas al partido, paseando alegremente sin ser sabedores de los que se nos iba a venir encima poco tiempo después.
Como el partido era relativamente pronto para ser entre semana (creo recordar a las 18:00 horas), después de la comida nos dirigimos al Wildparkstadion con el fin de entrar con suficiente antelación para colocar la pancarta en lugar bien visible a tiro de cámara. Así que en cuanto abrieron las puertas nos adentramos sin saberlo en el “lugar del crimen”. Era (y es) el típico estadio alemán de aquellos años, muy abierto y con pista de atletismo que bordeaba al terreno de juego, pero mucho más pequeño que otros que habíamos visto por televisión en la Eurocopa de 1988 o en las competiciones europeas de clubes, como el Olympiastadion de Munich, el Volksparkstadion de Hamburgo, el Parkstadion de Gelsenkirchen, el Neckarstadion de Stuttgart o el Mungersdorfer Stadion de Colonia.
Estábamos situamos en el fondo sur. Poco a poco fueron llegando los seguidores del Karlsruher hasta que abarrotaron el estadio antes de empezar el encuentro. Como ellos iban de blanco, el Valencia jugó con una camiseta y medias de color azul muy oscuro y pantalón blanco. Un uniforme muy parecido al de la Selección de Escocia, que en aquella época me llamaba la atención porque en sus partidos los árbitros cambiaban su habitual camiseta negra por otra de color rojo o blanco (unos meses después, en el Mundial de Estados Unidos de 1994, los árbitros abandonaron el negro como color de referencia). Así que en esta ocasión también los componentes del trío arbitral tuvieron que cambiar su tradicional vestimenta negra y en su lugar se pusieron camiseta verde.
El Valencia comenzó muy bien el partido, creando un par de ocasiones de peligro en la portería de nuestro fondo y defendiendo sin excesivos problemas hasta la media hora de juego la renta de dos goles que traíamos de la ida. Pero a partir de ahí la hecatombe. Toda esa sensación de alegría y expectación que teníamos se nos vino abajo en diez minutos en los que nos metieron tres goles seguidos. Fueron tres dardos a la yugular. Aún tuvimos una clara ocasión con remate al poste de Pizzi antes de acabar la primera parte. Pese al mazazo, en el descanso queríamos ser optimistas. Pensábamos que un gol nuestro igualaba la eliminatoria. Pero nada más lejos de la realidad. La segunda parte siguió por los mismos derroteros, nada más empezar nos metieron el cuarto y enseguida el quinto y el sexto y finalmente el séptimo. Fue un suplicio. Tras cada gol de ellos por la megafonía del estadio sonaba una pieza de la famosa ópera “Carmen” de Bizet. Aún la tengo grabada. Y cuando dejaba de atronar la música el speaker de turno gritaba el nombre del jugador que había marcado y todo el público coreaba al unísono su apellido, circunstancia muy típica del fútbol alemán de los años ochenta y noventa, que luego fue exportada al resto de países del viejo continente. El tal Schmitt, un jugador al que nunca había visto y nunca más volví a ver, fue una pesadilla con cuatro goles además del que marcó en la ida. Poco más puedo añadir del partido.
Del regreso a Valencia recuerdo muy poco. Toda la emoción del viaje de ida se había transformado en desazón, en un sentimiento de humillación y ridículo, quizás conocedor de las burlas de las que íbamos a ser objeto a nuestra llegada. Pero desconociendo el punto de inflexión que aquella derrota iba a suponer en la historia del club. Todo se desmoronó como un castillo de naipes.
El equipo, que hasta entonces iba líder en la Liga, encadenó dos derrotas consecutivas, en el Molinón y en casa contra el Real Madrid, y Hiddink fue cesado. Le sustituyó Paco Real, que, pese a ganar su primer partido en el Sánchez Pizjuan con gol de Lubo Penev, tampoco pudo detener la cuesta abajo y fue también cesado cinco jornadas después de su llegada. Cedió el testigo a Héctor Núñez con Kempes de segundo, pero tampoco fueron capaces de revertir la situación y con ellos al mando en once partidos sólo se consiguieron dos victorias ante el Racing de Santander y el Logroñés con el famoso gol de Mijatovic desde el centro del campo a Lopetegui, además de caer eliminados en la primera ronda de Copa frente al Tenerife.
La trágica derrota de Karlsruhe no sólo salpicó a la plantilla y cuerpo técnico, sino a todos los estamentos del club. Antes de final de temporada, don Arturo Tuzón decidió dar un paso al lado y presentó su dimisión como Presidente tras haber salvado al club de la ruina económica y de llevarlo desde la segunda división hasta las competiciones europeas. Se abrió un período electoral en el que don Francisco Roig, con su lema “Per un València campeó”, se impuso a don Ramón Romero, que en paz descanse. Su primera medida fue devolver a Guus Hiddink a su puesto de entrenador de la primera plantilla hasta el fin de temporada con el famoso partido de Riazor y el penalti fallado por Djukic.
El desastre de Karlsruhe fue la primera de otras dos veces en las que los equipos alemanes han en marcado en negro la historia de nuestro club, sobre todo en el último cuarto de siglo. La segunda fue la derrota contra el Bayern en la final de Milán. Y la tercera la lesión de Vicente Rodríguez en el Weserstadion de Bremen. Curiosamente en las tres ocasiones nos adelantamos e inexplicablemente nos llevamos el sabor amargo de la derrota. Pero siempre nos hemos levantado y estoy seguro que lo seguiremos haciendo en el futuro.
¡¡Amunt Valencia!!