⇒ Relatos de Opinión: Artículo de Simón Alegre (Socio VCF).
Relatos Valencia CF del otro centenario, el de la afición
Nunca me ha gustado pelarme un partido en Mestalla. Más que nada porque fui de esos niños a los que sus padres no les podían llevar al campo más que dos o tres veces cada temporada. Si a esa ansiedad primeriza añadimos que nuestro legendario estadio vive una particular cuenta atrás de efectos retardados, se puede comprender mejor que solo me pierda encuentros en Mestalla por causas de fuerza mayor. No digo que esta sea la forma más sana de vivir el valencianismo, pero es la mía.
Ha de ser, por otra parte, algo difícil de entender en estos tiempos de cierta saturación futbolística (aunque vengamos de un parón que nos ha dejado un poco tiesos). Y es que, a principios de los noventa, vivíamos el fútbol entre semana (esas emocionantes rondas coperas o europeas) como auténticos premios y no como los meros trámites a liquidar ante los que languideció Mestalla en algunas eliminatorias de las pasadas campañas. Espero no perder nunca esa ilusión por ir al campo.
A esa creciente desafección que comentaba han contribuido, al alimón, la sobreexplotación del fútbol y la consideración del VCF como un fenómeno meramente mercantil. Pese a que mantenemos una importante masa de fieles, el resultadismo (más en las cuentas de balances que en los videomarcadores) es el signo de los tiempos. Y los tiempos, aunque los resultados mejoraron, no son buenos para la lírica. El aficionado fiel, el que acude religiosamente a su estadio, es el último mono de este circo en el que se ha convertido el fútbol. Mero atrezzo al que se castiga con los horarios más intempestivos y las leyes represivas más infames (conejillos de Indias de las posteriores Leyes Mordazas de marras). Y, encima de que le programan el partido cuando les da la gana a los dueños del mando a distancia, le ponen un negativo a su equipo si la grada (sin pancartas, con ubicaciones visitantes cada vez más pequeñas, sin alma…) no se ve llena por la tele. Me remito a la famosa reprimenda de Fernando Fernán Gómez…
Un fútbol de jugadores franquiciados, de premios para los agentes, de empresarios que controlan redes de clubes, de niños que se aficionan a los jugadores y no a los equipos, de turistas-smartphones que sustituyen a los socios y gentrifican el graderío, de camisetas blancas y cánticos teledirigidos… No es Pyongyang, no… Es Madrid. Y, próximamente, puede ser tu ciudad-Red Bull.
Somos los aficionados locales los que hemos levantado nuestros clubes (los hinchas somos, mayoritariamente y como dicen los italianos, territorialistas) y nos los están robando flagrantemente y con la complicidad de numerosos compañeros de asiento. No creas a los que te digan que se trata de acercar la Liga a los seguidores extranjeros, pues no desean su afecto, sino solo su dinero. Muchos creen que ceder ante la aberración en la que se está convirtiendo el fútbol español es imprescindible para armar equipos fuertes (para competir con los de la Premier y bla, bla, bla… te soltarán, como si a algunos les fuera la vida en ello). Leo que la organización Aficiones Unidas está de acuerdo con que el Girona-Barcelona se juegue en Estados Unidos y reflexiono: ¿para qué quieres tener un gran equipo del que no vas a poder disfrutar de cerca? Todo un ejercicio de autoexilio interior rayano en el sadomasoquismo y del que se mofan los villanos que hacen negocio con nuestra pasión.
Como decían los Siniestro Total: “hay que sentir, en vez de consumir”. La pena es que el consumo borreguil masificado está castrando lo que de puro sentimiento queda en esto. Vive el valor, si es que te dejan.